jueves, 12 de agosto de 2010

Mitología y religión en la antigua Roma

El post de esta semana realiza una pequeña incursión a la mitología y religión presentes en la Roma antigua. Como veremos, a diferencia de otros pueblos de la antigüedad, la más pragmática mentalidad romana se encuentra reflejada también en su mitología y religión.

En Roma, la más antigua teología, procedente de los etruscos y los umbros, estaba centrada alrededor de la tríada de los dioses de los flámenes mayores, Júpiter, Marte y Quirino. Pero esta antigua teología, de un elevado nivel metafísico e intelectual, fue desplazada por la teología capitolina venida de Grecia, pues, como sabemos, el panteón heleno fue adoptado paulatinamente por los latinos, diferenciándose prácticamente tan sólo en los nombres propios que las divinidades recibían (Zeus-Júpiter, Afrodita-Venus, Hermes-Mercurio, etc.). Es cierto, sin embargo, que algunas divinidades, como Jano, y algunos mitos, como el mito fundacional de la ciudad de Roma protagonizado por los gemelos Rómulo y Remo, procedentes de su propio acervo cultural, sobrevivieron integrados en la mitología adoptada de Grecia.

Así pues, las divinidades romanas, la tríada capitolina, no son en esencia más que adaptaciones de los dioses olímpicos griegos (La tríada capitolina, Júpiter-Zeus, Juno-Hera, Minerva-Atenea). Pero, según Georges Dumézil, si “Roma no tiene mitología divina propia, tiene como desquite un rico conjunto de leyendas referentes a los grandes hombres de sus orígenes. Una parte de estas leyendas ¿no serían quizás una “mitología humana”, atribuyendo a los hombres aventuras comparables, incluso superiores a veces, a las que el Rig Veda o el Edda atribuyen a sus dioses?” (Los cuatro primeros reyes de Roma – Georges Dumézil – 1977 – Barcelona: Seix Barral). Así pues, desde el s. III a.C., cuando RCursivaoma ya constituía una potencia emergente, se quiso crear una historia oficial de sus orígenes, recopilándose las antiguas leyendas sobre los cuatro primeros monarcas de Roma: Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio y Marco Ancio. En estas recopilaciones, a diferencia de los mitos y leyendas griegos, indica Dumézil que “los dioses no intervienen en los tiempos históricos de Roma más que como están autorizados a hacerlo: mediante signos, mediante algunos favores o cóleras reconocibles por sus efectos, pero casi nunca con portentos o teofanías”. Sólo esta concepción en la cosmovisión romana ya indica un cambio sustancial con respecto a la mentalidad de otros pueblos de la antigüedad, porque mientras Grecia o Egipto habían desarrollado en imágenes grandiosas lo que ellos creían que habían sido el génesis y las épocas del mundo, la obra y aventuras de los dioses en sus cosmogonías, Roma quiso simplemente exponer sus propios inicios y sus propios periodos, la obra y aventuras de los reyes que, según se creía, habían dado forma a su ciudad.

Ya en época de transición entre la República y el Imperio (s I a.C. – I d.C.), esta cosmovisión de unos reyes fundacionales semi-divinos fue aprovechada para instaurar y legitimar el nuevo régimen imperial. La divinización de un ser humano era ya aceptada en la Roma de los primeros tiempos y las corrientes filosófico-religiosas principales de la época de la transición, la estoica y la epicúrea, influenciadas por el pensamiento oriental, no eran contrarias a este hecho. Pero a diferencia de otras civilizaciones de la antigüedad como la egipcia, donde el rey era un dios encarnado y legitimado por su propia divinidad, el emperador romano, en vida, no era aún un dios, sólo un agente de los dioses. Si se mostraba digno de la misión confiada, el buen gobierno y la estabilidad del Imperio, sería definitivamente deificado por el pueblo y el Senado, convirtiéndose en divus y obteniendo el derecho a un culto oficial. Hubo así en la memoria de Roma buenos y malos emperadores y sólo los primeros tuvieron templos y sacerdotes.

Esta mentalidad romana, más sobria, funcional y pragmática que la de otros pueblos, constituye una influencia de primer orden en el desarrollo de nuestra propia mentalidad occidental, cuyo pragmatismo hemos llevado a límites todavía insospechados. Juzguemos por nosotros mismos qué consecuencias, positivas y negativas, se han derivado de ello.

martes, 3 de agosto de 2010

Religiones iniciáticas en la antigua Roma. El culto egipcio de Isis

A medida que Roma extendía sus dominios por toda la cuenca mediterránea, aportando su cultura a los pueblos que eran asimilados en un fenómeno conocido como “romanización”, también una política de tolerancia por la cultura de los pueblos que entraban dentro de su órbita permitió a los romanos enriquecerse con la importación de nuevos elementos culturales, como la de algunos cultos orientales que influyeron en el pensamiento y costumbres de los ciudadanos del Imperio. Hoy comentaremos algunos de los aspectos del culto a la divinidad egipcia Isis.

Introducido en época republicana, este culto fue uno de los más difundidos y de los que más perduraron en Roma, pues no fue abolido hasta el s. IV, con la instauración del cristianismo como única religión oficial del Imperio. Hablar del culto de Isis conlleva indagar también en el de su consorte-hermano Serapis-Osiris, pues ambos se encuentran muy relacionados, compartiendo una misma mitología.

Como todos los cultos mistérico-iniciáticos, el de Isis fue siempre de carácter secreto. Sus ceremonias y ritos, así como sus enseñanzas, estaban reservadas a los miembros del culto. A diferencia de la religión y ceremonias oficiales, controladas por el Estado y abiertas a toda la colectividad, estas religiones importadas se dirigían a un número restringido de fieles, donde lo que primaba era el esfuerzo individual en una conquista interior de la inmortalidad. Era el individuo quien, superando una serie de pruebas, se ganaba el derecho al conocimiento de los internos secretos de la iniciación y los rituales simbólicos que practicaban. Este carácter secreto ha impedido que la mayoría de los rituales iniciáticos hayan llegado hasta nosotros. Si bien, son conocidos algunos de los ritos de carácter público que se realizaban durante las fiestas sagradas dedicadas anualmente a Isis y Osiris, y algunos autores como Plutarco o Apuleyo escribieron obras fundamentales para el conocimiento de estas divinidades y los ritos que se les dedicaban.

Según relata Plutarco en su obra Los misterios de Isis y Osiris, en el mito, Osiris, rey justo y benevolente, fue engañado por su hermano Seth, quien acabó con su vida, desmembrando su cuerpo y esparciendo los pedazos por todo el país del Nilo. Isis, su hermana y esposa, logró reunir nuevamente todos los trozos, resucitando a Osiris y concibiendo un hijo con él, el dios halcón Horus. Tras ser criado por Isis, quien ocultó a Horus del malvado Seth durante su infancia, el dios halcón derrota a Seth y se convierte en rey de Egipto. Posteriormente Osiris desciende al inframundo, asumiendo el papel de dios funerario.

Isis es, en virtud de su poder para resucitar a Osiris, la “Gran Maga”, la diosa que transmite el conocimiento iniciático que permite la transmutación interior, la conquista de la inmortalidad consciente. Los más velados misterios de Isis, de los cuales no tenemos información, corresponden con este largo proceso iniciático que permite al adepto la conquista de la inmortalidad, su propia resurrección interior a imagen de Osiris. Si bien, los restos arqueológicos hallados, por ejemplo, en el templo dedicado a esta diosa en la ciudad de Baelo Claudia (Sit
uada en la orilla norte del estrecho de Gibraltar, la ciudad fue construida en época republicana, en el s. II a.C., si bien su periodo de mayor auge se dio durante el gobierno del emperador Claudio, 41 – 54 d.C.), nos dan una visión, aunque difusa, de algunos rituales allí practicados. Elementos como un pilar donde se realizaban abluciones, o una escalera que descendía a un pozo, dan idea sobre las purificaciones que se llevaban a cabo. También la existencia de una cripta, en este y otros templos dedicados a esta diosa, han sido interpretados con la realización de nocturnas ceremonias donde el iniciado, como Osiris, descendía al inframundo, “moría” para luego resucitar a una nueva vida como iniciado en el culto.

Algunos autores, como Apuleyo (Autor romano del s. II, a quien se considera precursor de la novela picaresca; se conoce que fue iniciado a los misterios de Isis. Su obra más importante, La metamorfosis, también llamado El asno de oro, relata algunos aspectos menores de su propia iniciación en el culto), han relatado en sus obras parte de los ritos más externos del culto a Isis. En El asno de oro, relata Apuleyo cómo acabadas las ceremonias nocturnas, al llegar la mañana, el iniciado se situaba en el centro del templo de Isis, frente a la imagen de la diosa, vestido con una túnica de lino blanco bordada con dibujos de flores y animales mitológicos, dragones y grifos. En su mano derecha portaba un hacha encendida y en su cabeza “una hermosa corona resplandeciente, a manera de unas hojas de palma alzadas arriba como rayos” . En este momento retiraban un velo y el resto de integrantes del culto, así como el pueblo, podían contemplar al recién iniciado. Después de esto se celebraba un banquete y otras fiestas y procesiones durante tres días. Respecto de las procesiones de este culto, es Plutarco quien nos informa que eran de carácter orgiástico y extático, similares a las procesiones en honor a Baco, y uno de los elementos más característicos era la música que tocaban las sacerdotisas del culto con el instrumento consagrado a Isis, el sistro.