viernes, 17 de octubre de 2014

Chavín de Huántar - III Parte - Iconografía, cosmovisión y elementos simbólicos


“Avatares, metamorfosis, acabalgamientos, deidades, de hombres, y de hombres que son pájaros, simbiosis de la tierra y el cielo, granos de maíz, que son estrellas y estrellas que son mazorcas, criaturas monstruosas, mezcla de tigres y pájaros sagrados, […] el arte Chavín posee, sin lugar a dudas, uno de los más apasionantes y más completos vocabularios plásticos jamás inventados por el hombre.”
Jorge Eduardo Eielson (La Religión y el Arte Chavín)

         Uno de los propósitos durante mis viajes a los principales enclaves de las diferentes culturas del Mundo Antiguo, ha sido siempre el tratar de indagar en su cosmovisión, en sus estructuras mentales y culturales, en su pensamiento mítico-religioso más que en los datos, las fechas o las listas reales. Arqueología, antropología y otras ciencias han tratado de arrojar luz sobre el significado de los elementos iconográficos, siempre inseparables de aquellos otros de carácter arquitectónico, existentes en estas distintas culturas que han poblado nuestro mundo. En el caso de Chavín de Huántar, en parte debido al hecho de que no existan fuentes escritas, concurren diversas teorías e hipótesis, algunas enfrentadas, que tomaré de base en el desarrollo del presente artículo, pero lo que aquí expongo nace más bien de mis reflexiones en torno a este enigmático lugar, en comparación con otras civilizaciones muy alejadas geográficamente, principalmente Occidentales y del Medio Oriente. Uno de los objetivos es el de tratar de hallar algunas similitudes interculturales que permitan desembocar en determinadas conclusiones que, si bien pueden resultar en ocasiones algo arbitrarias, resultan el fruto de una apasionante labor en torno a ciertas inquietudes personales.

Reproducción de la Estela
Raimondi - Chavín de Huántar
         La iconografía simbólica Chavín, de carácter abstracto, se encuentra inseparablemente unida a la arquitectura en piedra y este arte, como en la mayoría de culturas antiguas, es preciso relacionarlo con el sistema religioso y de creencias del pueblo que lo creó. Predominan los motivos procedentes de los reinos vegetal y animal, a menudo incorporados en las representaciones antropomorfas de sus principales divinidades, si bien existen tres elementos que podemos considerar como principales: los felinos, las aves rapaces y las serpientes, una tríada que a nivel simbólico se ha venido relacionando en todo el mundo andino, de una forma más o menos tópica y arbitraria, con tres espacios mitológicos o planos constitutivos de la realidad, la tierra, el cielo y el inframundo, respectivamente. La arbitrariedad parte del momento en que observamos las principales figuras de sus divinidades, el Lanzón Monolítico, la Estela Raimondi o las figuras antropomorfas aladas en el pórtico de las falcónidas. Todas ellas amalgaman al menos dos de estos tres elementos, la figura antropomorfa puede incorporar un rostro felino donde los cabellos representan serpientes, por ejemplo. La explicación se encuentra en las diferencias entre mentalidades, entre el discurso lógico y el discurso mítico ya que, mientras que la mentalidad del hombre occidental tiende a la clasificación y la compartimentación, la cosmovisión del hombre antiguo tendía a la unificación, en parte debido a su forma de comprender su lugar en el mundo, como una verdadera simbiosis con la fecunda naturaleza. En este sentido, todo el enclave resulta una representación simbólica de ese universo global que incluye los tres mundos, asociado con uno de los símbolos ontológicos más recurrentes en la cosmovisión del hombre antiguo a ambos lados del océano, el axis mundi o eje del mundo, el nexo de unión que conecta el mundo divino, con el humano y el mundo de los muertos. Realizando una amplia generalización, podemos decir que casi todo templo del mundo antiguo cumplía esta triple función. Observemos ahora si esta afirmación puede relacionarse con el recinto sagrado de Chavín de Huántar, una clasificación que, como veremos, se encuentra interconectada con el resto de elementos:

Piedra Choque-Chinchay
Mundo Celeste: No resulta en absoluto descabellado afirmar que la cultura Chavín ligó sus creencias religiosas al estudio de los astros, en cuanto esto les permitió determinar su influencia y correlación con las estaciones y los climas de la Tierra en beneficio de las actividades agrarias. A esta función se dirigían los torreones situados en la cima de la pirámide truncada El Castillo que, en opinión de diversos científicos, eran verdaderos observatorios astronómicos. También a esta función se dirige la conocida como Piedra Choque Chinchay, relacionada con la constelación de las “Siete Cabrillas” o Pléyades, una roca granítica tallada con siete pequeñas cavidades que supuestamente se rellenaban con agua para reflejar la luz de estas estrellas. En uno de los extremos de la piedra aparece también una oquedad rectangular que mide 13 centímetros de ancho, exactamente el tamaño de la base de la Estela Raimondi, hecho que hace suponer a los especialistas que este monolito se situaba originalmente sobre la piedra. En cuanto a la estela, en ella se representa al denominado como “dios de los báculos”, una figura antropomorfa que denota una perfecta simetría bilateral, sujetando dos varas o báculos. Su cabeza es la de un felino, sus ojos se alzan mirando al cielo, sus manos y pies acaban en garras, mientras que sus cabellos y tocado resultan un manojo de serpientes. En la parte superior del tocado, pueden apreciarse dos serpientes entrelazadas. Es conocido que en algunas civilizaciones del mundo antiguo, como Egipto, Grecia y Roma, este símbolo y su divinidad portadora son asimilados con el canal o eje que conecta la tierra con el cielo. Así, en Grecia y Roma la función de “mensajero de los dioses” era atribuida al dios Hermes-Mercurio, cuyo símbolo, el caduceo, es un báculo donde se entrelazan dos serpientes, el canal que conecta la dualidad del mundo terrestre con la unidad celeste; así mismo, en Egipto esta misma función era asignada a Thot, el dios de la escritura y la sabiduría, la divinidad antropomorfa con cabeza de ibis que en algunas representaciones también es mostrado sujetando un bastón donde aparecen dos serpientes. Es por ello que, al apreciar el mismo símbolo en el dios de los báculos chavino, esto resulta un indicio para considerar si esta divinidad cumplía una función similar en su universo simbólico.


Mundo terrestre: El mundo natural y humano puede asociarse con las diversas plazas y primeros niveles de la estructura de los templos. Es en estas plazas donde se realizaban los ritos de carácter público. Junto a una de las esquinas de la plaza cuadrangular hundida fue hallado el denominado como Obelisco Tello, que supuestamente ocupaba el centro de esta plaza o tal vez se situaba en la plaza circular del Templo Viejo, un monolito donde no aparecen representadas divinidades, tan sólo una amalgama que incluye figuras de diversas plantas y animales (árboles, frutos, serpientes, aves, peces, extremidades o garras) además de sendas figuras de seres míticos. En el extremo sureste de la plaza cuadrada existe un pequeño sumidero, enlazando directamente con el complicado sistema de desagüe del complejo ceremonial, cuya función es relacionada por los expertos con la evacuación de las aguas acumuladas en la plaza por las lluvias, si bien la guía nativa que realizó nuestra visita era de un parecer totalmente distinto. Según nos comentaba, en ciertas ocasiones la plaza cuadrada era cubierta totalmente de agua con el objetivo de convertirse también en un observatorio estelar, en una especie de “espejo del cielo”, cuyas implicaciones podrían relacionarse también con otras civilizaciones del mundo antiguo, principalmente Egipto, mientras que la conexión entre Tierra y Cielo resulta de esta forma evidente[1]. Otro elemento iconográfico a destacar se refiere a las conocidas como Cabezas Clavas, las esculturas líticas que decoraban todo el perímetro de la Pirámide Mayor, denominadas así por la prolongación en forma de clavo situada en su nuca y que permitía encajarlas en el muro. Se les supone, además de su evidente función decorativa, el resultar una especie de guardianes del templo, además de evidenciar la relación entre hombre y naturaleza, puesto que la sucesión de esculturas sigue una secuencia lógica que se inicia con la representación de un rostro humano, un rostro que se va transformando, mutando en la forma de un felino. Primero aparecen los colmillos, luego se acentúan las comisuras de los labios y las pupilas de los ojos se representan con forma excéntrica; la última cabeza de la serie ya no guarda rasgos humanos. También son representados tubos inhaladores que eran parte del instrumental chamánico, hecho que resulta la clave del mecanismo de transformación, la ingesta de alucinógenos, y un claro indicio sobre el tipo de ritos iniciáticos que se practicaban en el enclave.


Inframundo: El mundo de los muertos, en opinión de especialistas como el arqueólogo Luis Lumbreras, es representado por la intrincada red de galerías subterráneas, totalmente cubiertas y sumidas en la oscuridad, situadas bajo el complejo templario, donde “el poder de un mundo misterioso y subterráneo, de los que transitan en el más allá, pareciera estar presente en cada instante”. En algunas de estas galerías han sido encontradas importantes muestras de cerámica o restos animales e incluso de algunos individuos humanos, hecho que conduce a pensar que se trataba de ofrendas religiosas a los dioses ctónicos que en algún momento podían incluir sacrificios humanos. En el interior de una de estas galerías se encuentra la representación de una divinidad, la más antigua conocida del mundo andino, el Lanzón Monolítico, una piedra de más de cuatro metros de altura tallada en forma de gigantesco cuchillo y representando a una deidad de aspecto amenazante, con rostro de felino, mostrando dos grandes colmillos curvos, una tupida cabellera formada por un haz de serpientes y la mano derecha alzada, mientras que su mirada se sitúa hacia el este, a la salida del sol, si bien no se han encontrado indicios claros de que en este santuario se llevara a cabo un culto solar, más bien predominaba, como estamos viendo, la combinación de un culto ctónico, natural y estelar. Sobre él, un orificio cuadrado desde donde supuestamente era vertida la sangre de los sacrificios, aunque también podría otorgársele nuevamente la función de canal, de nuevo un indicio a ese “eje” que conecta los tres mundos. Hoy en día, los visitantes que accedemos a este espacio, encarnación palpable de los poderes ctónicos y sobrenaturales venerados en Chavín de Huántar, no podemos evitar una cierta sensación de sobrecogimiento ante la amenazadora figura de esta deidad. Esto permite realizar una extrapolación a las emociones que podría causarles a los miembros de aquella antigua cultura, en un contexto de auténtica creencia, cuando por ejemplo eran iniciados a los misterios de su religión. Imaginaos situaros, en el curso de un rito iniciático de muerte y resurrección y tras haber recorrido los oscuros pasillos de la galería, ante semejante divinidad, más aún cuando vuestra mente ha sido afectada por el efecto de potentes alucinógenos…

Galerías subterráneas
En la ontología y el pensamiento simbólico común a diferentes culturas del mundo antiguo, falta por explorar, en el caso de la cultura Chavín, el asunto de la “dualidad”. Para el hombre antiguo, que observaba los ciclos naturales[2], no es extraño que llegase a una serie de conclusiones en torno a la dualidad del mundo. En Chavín esta dualidad se encuentra representada por doquier, en la simetría de sus construcciones principalmente pero, en cuanto a su iconografía, el caso más significativo se refiere al conocido como Pórtico de las Falcónidas. Se trata de una estructura formada por dos columnas circulares, talladas en diorita, soportando un artístico dintel. Un primer aspecto que capta la atención es el colorido de los elementos que forman toda la estructura, puesto que mientras una columna es de color blanco, su gemela aparece en una tonalidad oscurecida. Lo mismo ocurre con las piedras que forman el umbral del pórtico, el mismo dintel e incluso los enormes zócalos situados tras el pórtico. Las columnas aparecen grabadas con sendas figuras antropomorfas, perfectamente simétricas, divinidades aladas que, sorprendentemente, no corresponden con el cóndor, ave representativa en todo el mundo andino, sino con el grupo de las falcónidas. La figura grabada en la columna del ala sur del Pórtico, la blanca, representa a una figura femenina, mientras que la columna norte, de tonalidad más oscura, representa a una figura masculina, un hecho curioso que parece indicar una preeminencia del elemento femenino, algo que no se ha investigado adecuadamente hasta el momento. El especialista Arturo Jiménez Borja, identifica esta dualidad en la cosmovisión andina con una división inicial del “huevo cósmico” en illo tempore, en el inicio de los tiempos, formando el janán-patza o mundo de arriba en quechua, y el urín-patza, el mundo de abajo.

En el presente artículo hemos simplemente esbozado, más o menos acertadamente, la mentalidad de una avanzada civilización que quiso representar una serie de altos conceptos ontológicos y metafísicos, la unión de los tres mundos y su dualidad inherente, fruto de una profunda reflexión y expresión del universo interno de una cultura que supo reflejar magistralmente la permanente dialéctica del universo y el devenir del mundo, donde la especie humana se encuentra sujeta por la ley de la compensación y el equilibrio.



[1] La guía nos comentaba también que en el mismo centro de la plaza cuadrada se había hallado durante unas recientes excavaciones un pequeño recipiente cilíndrico donde se encontraron restos de mercurio, si bien esta es una información que no he podido contrastar hasta el momento.
[2] Día y noche, vida y muerte, sueño y vigilia, calor y frío en verano e invierno, etc.