En el desarraigo con las generaciones anteriores, los jóvenes buscaron crear una nueva identidad cultural en el único entorno que conocían, aquel definido por la nueva sociedad del consumo de masas. En esta sociedad urbana, los valores y costumbres tradicionales carecían de sentido, por ello la cultura juvenil se dirigió a quebrar las normas sociales anteriores, un acto de rebeldía que buscaba la liberación personal. A nivel paradigmático, la nueva cultura situó a la juventud como “fase culminante” de la vida, configurándose a nivel social la nueva autonomía de la juventud como estrato social independiente. Como inversión de los modelos anteriores, procedentes de la cultura burguesa, la cultura juvenil adoptó las imágenes y estereotipos, música o forma de vestir, e incluso el lenguaje característicos de las clases bajas urbanas, popularizándolos. En la nueva sociedad mundial, cada vez más interconectada, los jóvenes estadounidenses difundieron su identidad cultural rápidamente. Algunas consecuencias sociales de su difusión se relacionan con los movimientos de protesta que expresaron su rechazo a la política y organización social existente, como los movimientos sociales de mayo de 1968, y que en mayor o menor medida lograron que modificaciones en las legislaciones reflejaran. Por otra parte, resulta evidente que desde la lógica del capitalismo, la popularización de la cultura juvenil recibió un reconocimiento cada vez más amplio por parte de los fabricantes de bienes de consumo.
Los movimientos feministas no resultaban algo totalmente nuevo, puesto que la presencia de las mujeres en el mercado laboral ya se venía produciendo en los estados liberales del s. XIX. Pero en la segunda mitad del s. XX, a la masiva entrada de las mujeres casadas en el mercado se unió una creciente presencia en la enseñanza superior universitaria. Hasta ese momento las mujeres, salvo en casos excepcionales, habían tenido vetado el acceso a los puestos representativos más significativos de la sociedad, tanto en el ámbito público como en el privado. Los cambios culturales que debilitaron aquellos modelos tradicionales sobre la familia y el hogar modificaron también las expectativas convencionales sobre su papel social. Su creciente influencia permitió, entre otras cosas, revelarse como una importante fuerza política a tener en cuenta. Así, en la plasmación ideológica del individualismo, a nivel social aumentaron espectacularmente el número de familias monoparentales, la mujer y sus hijos, principalmente, mientras que las legislaciones plasmaron efectivamente la nueva conciencia de libertad sexual. Y todo ello en el interior de un contexto económico expansionista que permitía la supervivencia efectiva de dichos modelos.