El trovador Guillaume de Poitiers lo expresó de esta manera:
“Yo quiero retener mi Señora
en orden para refrescar mi corazón y para no envejecer.
Vivirá cien años quien exitosamente posea la alegría de su amor.”
en orden para refrescar mi corazón y para no envejecer.
Vivirá cien años quien exitosamente posea la alegría de su amor.”
Desafortunadamente, aquella “edad del amor” no perduró, y ambos movimientos fueron prácticamente erradicados durante la primera cruzada que se realizó en tierras cristianas. En Noviembre de 1210, aunque los defensores fueron ayudados por soldados aragoneses, Puivert fue sometido después de tres días de asedio por las tropas de Simón de Montfort, comandante del ejército cruzado, decepcionado cuando se percató que la mayor parte del castillo se encontraba vacía, ya que la mayoría de cortesanos lograron burlar el cerco y escapar por un túnel, ocultándose en los bosques cercanos y refugiándose algunos en el cercano castillo de Montségur.
Pero un espíritu tan sublime como el que se desarrolló durante este período trovadoresco no quedó totalmente destruido, puesto que el movimiento ya se había extendido hacia Cataluña e Italia, sobreviviendo hasta Ausiàs March, (primera mitad del siglo XV), considerado por algunos como el último trovador.
Incluso en Puivert se desarrolló posteriormente al asedio una leyenda en la cual una mujer volvió a ser la protagonista, pues allí residió una princesa aragonesa apodada la “Dama Blanca”, ilustre huésped que decidió morar allí hasta el final de sus días, cautivada por la majestad de las crestas de los montes colindantes y por la imponente belleza del lago. Allí, junto a la orilla, una roca moldeada por la erosión del viento y del agua se alzaba semejante a un trono desde el que la Dama Blanca gustaba de contemplar las puestas de sol en las tardes de verano, admirando los destellos provocados por los oblicuos rayos del sol poniente. Pero, en ocasiones, el agua y el viento hinchaban las aguas, estrellándose las olas sobre el trono de la princesa, que disgustada por las salpicaduras que le turbaban su melancólico ensueño, solicitó a Jean de Bruyères, señor del castillo, que emprendiera trabajos para bajar el nivel del lago. Pero, desafortunadamente, estas labores fueron llevadas a cabo de una forma muy imprudente, ya que los peñascos, minados por la erosión, se hundieron, provocando un oleaje que volcó el trono y engulló piedra, tierra, trabajadores y princesa.
Pero un espíritu tan sublime como el que se desarrolló durante este período trovadoresco no quedó totalmente destruido, puesto que el movimiento ya se había extendido hacia Cataluña e Italia, sobreviviendo hasta Ausiàs March, (primera mitad del siglo XV), considerado por algunos como el último trovador.
Incluso en Puivert se desarrolló posteriormente al asedio una leyenda en la cual una mujer volvió a ser la protagonista, pues allí residió una princesa aragonesa apodada la “Dama Blanca”, ilustre huésped que decidió morar allí hasta el final de sus días, cautivada por la majestad de las crestas de los montes colindantes y por la imponente belleza del lago. Allí, junto a la orilla, una roca moldeada por la erosión del viento y del agua se alzaba semejante a un trono desde el que la Dama Blanca gustaba de contemplar las puestas de sol en las tardes de verano, admirando los destellos provocados por los oblicuos rayos del sol poniente. Pero, en ocasiones, el agua y el viento hinchaban las aguas, estrellándose las olas sobre el trono de la princesa, que disgustada por las salpicaduras que le turbaban su melancólico ensueño, solicitó a Jean de Bruyères, señor del castillo, que emprendiera trabajos para bajar el nivel del lago. Pero, desafortunadamente, estas labores fueron llevadas a cabo de una forma muy imprudente, ya que los peñascos, minados por la erosión, se hundieron, provocando un oleaje que volcó el trono y engulló piedra, tierra, trabajadores y princesa.
Actualmente, la estructura que se conserva en Puivert corresponde a una reconstrucción del siglo XIV. El Castillo de las Cortes de Amor, tal y como lo conocieron los trovadores, fue destruido por Simón de Montfort durante la cruzada. Aun así, en una sala situada en la parte superior de la torre del homenaje se pueden observar 8 esculturas pinjantes (salientes de piedra que soportan la caída de un arco), que representan unos músicos y sus instrumentos, auténticos portadores del espíritu del amor cortés y encargados de transmitirlo hasta nosotros.
Artículo publicado originalmente en la revista "El Mundo de Sophia", nº 31
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