Si por algo es conocida la Isla de Pascua es por las monumentales y enigmáticas estatuas que se erigen a lo largo de toda la costa, los famosos moai. Talladas en toba volcánica, todas ellas diferentes y cuyos ojos parecen observarnos indiferentes al paso de los siglos, cualquier persona sensible no puede sino sobrecogerse ante ellas.
Antes de hablar sobre ellos, es preciso comprender primero dos conceptos o principios sobrenaturales complementarios que organizaban gran parte del orden social de la cultura rapanui, y que también se hallan presentes en el resto de culturas polinesias: Mana y Tapu.
Mana, literalmente “fuerza” o “poder”, es la energía o poder espiritual que animaba gran parte de las actividades de la vida cotidiana. El mana es, en principio, un atributo del ariki, es el poder espiritual de la tribu concentrado en la persona de su rey, que le inviste de la potestad necesaria para gobernar y dirigir el clan (por ejemplo, sería el poder que permite al rey ordenar la muerte de un individuo de su tribu). En un segundo sentido, mana se refiere también al poder personal o la fuerza interior de un individuo. Un pescador, por ejemplo, si es bueno en su trabajo y pesca muchos peces, lo es en virtud de su mana.
Tapu, término del que deriva nuestro concepto de tabú, es una “prohibición sagrada” que se mantiene gracias al mana investido del rey, y su violación conllevaba duras penas que podían incluir la muerte. Algunos tapu podían referirse a lugares, como la prohibición de pisar los centros ceremoniales (ahu) donde se erigían los moai (curiosamente, hoy en día este tabú en particular se mantiene, aunque por motivos de conservación del patrimonio cultural…). Otros se referían a personas, como el simple hecho de tocar al rey sagrado, investido de mana.
Los moai, el logro arquitectónico más importante de la isla, representaban a los antepasados o ancestros de los ariki o jefes tribales. En el momento que eran erigidos sobre los ahu o plataformas ceremoniales y se les incorporaban los ojos, los isleños consideraban que cobraban vida, comenzaban a emitir mana, expresado a través del ariki en el plano terrenal; en otras palabras, los moai eran la fuente del poder espiritual que organizaba y protegía al clan, y es por ello que siempre se erigían mirando en dirección hacia el poblado, nunca en dirección al mar. En el momento de mayor esplendor cultural, entre los s. XII y XVII, algunos de estos centros ceremoniales adquirieron gran complejidad y tamaño. Esto se debe a que el prestigio y poder de cada linaje quedaba reflejado en la maestría del tallado y el tamaño que podían alcanzar las estatuas (la más grande de ellas, aunque jamás llegó a erigirse sobre un ahu, se encuentra a medio tallar en la cantera de Rano Raraku y mide 21 metros, llegando a pesar más de 70 toneladas).
Uno de los mayores misterios en torno a los moai se refiere a su tallado y método de transporte a lo largo de la isla. Si bien la arqueología ha llegado a un consenso respecto al primer punto, puesto que hoy sabemos que las estatuas se tallaban directamente en la roca volcánica de la ladera del volcán Rano Raraku, a mano y utilizando unas azuelas de basalto denominadas toki, no ocurre así con los métodos para su transporte y erección. La teoría comúnmente aceptada indica que eran transportados tumbados sobre un lecho de troncos que facilitaban su arrastre, constituyendo este último punto uno de los motivos que intentan explicar la deforestación de la isla.
Pero algunos indicios desmienten esta teoría, puesto que sabemos que a lo largo de los senderos que utilizaban para su transporte se encuentran abandonadas estatuas situadas en ocasiones boca arriba o en otras boca abajo, lo que indicaría que las desplazaban en posición vertical, balanceándolas mediante trípodes y cuerdas. Esto concordaría con las tradiciones orales rapanui, pues incluso hoy en día los isleños señalan que los moai llegaban “caminando” hasta los ahu, levitando gracias al poder mágico del mana. En opinión de la mayoría de arqueólogos, en cambio, no podían transportarse erguidos, puesto que el material utilizado para su construcción, la toba volcánica, se encontraría muy dañada en su base tras el proceso de transporte. Pero, en opinión del guía local que me acompañó durante mi visita y atendiendo al sentido común, los moai que hoy en día se encuentran en la cantera y que nunca salieron de ella poseen una base bastante más larga que las estatuas que llegaron a erigirse en una plataforma ceremonial, hecho que podría indicar que eran arreglados justo antes de su erección. Además, este método también explicaría por qué existen moai tumbados boca abajo, puesto que sabemos que los isleños abandonaban las estatuas que sufrían algún daño durante su tallado o transporte, porque consideraban que ya no podrían emitir mana.
Continuará...
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