“Te advierto, quien quiera que fueses, Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la Naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes hallar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los dioses”
Esta frase, que según la tradición fue inscrita por los siete sabios de Grecia en el frontispicio del santuario de Apolo en Delfos, contiene una enseñanza de carácter universal, tan válida entonces como ahora, o incluso más ahora…
La meta de toda persona es la búsqueda de la felicidad. Para ello elegimos diversos caminos. Para algunos la felicidad está relacionada con la autosuperación, la consecución de los propios objetivos o la posesión de riqueza. Otros la asocian al colectivo, expresándolo a través del sentimiento comunitario, solidario, o tal vez religioso. Si nos preguntan qué es la felicidad, probablemente no seremos capaces de asociarla a un concepto, a un pensamiento porque, precisamente, la felicidad tiene que ver con un sentimiento, un impreciso estado de ánimo que tratamos de perpetuar en el tiempo…
Con el advenimiento del mundo moderno toda verdad fue asociada con la racionalidad, con la mente. Sólo eran válidas aquellas cosas que identificamos a partir de la percepción sensorial del mundo que se nos presenta ante nuestra visión y conceptualizamos mediante el pensamiento. Emoción y sentimiento fueron apartados y considerados signos de debilidad, identificados a un quimérico mundo imaginario, obsoleto e irreal. Pero un anhelo perduró…
Con el desarrollo del capitalismo y la sociedad de masas avanzamos un paso más allá. Toda felicidad se relaciona con la posesión de unos bienes materiales y de consumo, además de con alcanzar un estatus que suele venir definido por una serie de estereotipos sociales interiorizados desde la televisión y otros medios de comunicación de masas. Buscamos sentido fuera de nosotros y la acumulación de bienes no hace sino provocarnos más insatisfacción…
Hoy en día avanzados estudios en neurociencia han descubierto que las zonas del cerebro relacionadas con las emociones se hallan interconectadas, mediante el sistema neuronal, con aquellas otras de las que depende nuestro pensamiento racional. Es decir, que pensamiento y emoción se hallan totalmente interrelacionados, que conocemos el mundo a través de la combinación de ambas facultades, que todo pensamiento tiene asociada alguna emoción o sentimiento. Las emociones son algo primario, se originan y regulan en nuestro sistema límbico y surgen a una velocidad mucho mayor que cualquier pensamiento. La ira, por ejemplo, que suele manifestarse como una incontrolable explosión. No son exclusivas del ser humano, puesto que los animales también manifiestan emociones. Los sentimientos, en cambio, se aprenden en sociedad. No existen sentimientos sin el colectivo y es necesaria la combinación de emoción y pensamiento para forjarlos.
Los sentimientos configuran nuestra realidad. Aportan sentido al universo particular de cada persona. En occidente solemos preguntarnos, por ejemplo, cómo es posible que tantas personas en el mundo musulmán manifiesten una fe tan grande hacia los principios de su religión. Es un sentimiento de pertenencia a una comunidad, religiosa en este caso. Aporta sentido a la vida, sin duda aporta una parte de esa anhelada felicidad. Seguramente ellos, por el contrario, se cuestionarán nuestro insensato culto al bienestar material, al dinero. Idealmente ambas culturas buscamos lo mismo, la felicidad colectiva, pero mientras que unos establecen esa felicidad en un sentimiento de pertenencia a una unidad, nosotros, desde nuestro pragmatismo, nos hemos quedado cojos, ya que tan sólo observamos una parte de la realidad, aquella que podemos oler, ver, tocar y… comprar. Hay tantas personas que se sienten vacías…
Continuará...
La meta de toda persona es la búsqueda de la felicidad. Para ello elegimos diversos caminos. Para algunos la felicidad está relacionada con la autosuperación, la consecución de los propios objetivos o la posesión de riqueza. Otros la asocian al colectivo, expresándolo a través del sentimiento comunitario, solidario, o tal vez religioso. Si nos preguntan qué es la felicidad, probablemente no seremos capaces de asociarla a un concepto, a un pensamiento porque, precisamente, la felicidad tiene que ver con un sentimiento, un impreciso estado de ánimo que tratamos de perpetuar en el tiempo…
Con el advenimiento del mundo moderno toda verdad fue asociada con la racionalidad, con la mente. Sólo eran válidas aquellas cosas que identificamos a partir de la percepción sensorial del mundo que se nos presenta ante nuestra visión y conceptualizamos mediante el pensamiento. Emoción y sentimiento fueron apartados y considerados signos de debilidad, identificados a un quimérico mundo imaginario, obsoleto e irreal. Pero un anhelo perduró…
Con el desarrollo del capitalismo y la sociedad de masas avanzamos un paso más allá. Toda felicidad se relaciona con la posesión de unos bienes materiales y de consumo, además de con alcanzar un estatus que suele venir definido por una serie de estereotipos sociales interiorizados desde la televisión y otros medios de comunicación de masas. Buscamos sentido fuera de nosotros y la acumulación de bienes no hace sino provocarnos más insatisfacción…
Hoy en día avanzados estudios en neurociencia han descubierto que las zonas del cerebro relacionadas con las emociones se hallan interconectadas, mediante el sistema neuronal, con aquellas otras de las que depende nuestro pensamiento racional. Es decir, que pensamiento y emoción se hallan totalmente interrelacionados, que conocemos el mundo a través de la combinación de ambas facultades, que todo pensamiento tiene asociada alguna emoción o sentimiento. Las emociones son algo primario, se originan y regulan en nuestro sistema límbico y surgen a una velocidad mucho mayor que cualquier pensamiento. La ira, por ejemplo, que suele manifestarse como una incontrolable explosión. No son exclusivas del ser humano, puesto que los animales también manifiestan emociones. Los sentimientos, en cambio, se aprenden en sociedad. No existen sentimientos sin el colectivo y es necesaria la combinación de emoción y pensamiento para forjarlos.
Los sentimientos configuran nuestra realidad. Aportan sentido al universo particular de cada persona. En occidente solemos preguntarnos, por ejemplo, cómo es posible que tantas personas en el mundo musulmán manifiesten una fe tan grande hacia los principios de su religión. Es un sentimiento de pertenencia a una comunidad, religiosa en este caso. Aporta sentido a la vida, sin duda aporta una parte de esa anhelada felicidad. Seguramente ellos, por el contrario, se cuestionarán nuestro insensato culto al bienestar material, al dinero. Idealmente ambas culturas buscamos lo mismo, la felicidad colectiva, pero mientras que unos establecen esa felicidad en un sentimiento de pertenencia a una unidad, nosotros, desde nuestro pragmatismo, nos hemos quedado cojos, ya que tan sólo observamos una parte de la realidad, aquella que podemos oler, ver, tocar y… comprar. Hay tantas personas que se sienten vacías…
Continuará...
Lo ideal y arduo sería encontrar un punto de equilibrio, es decir, ni tan racional ni tanto fanatismo. O dicho así, "nada con exceso", que también se planteaba en la famosa escuela griega a la que tú haces precisamente referencia.
ResponderEliminarTodos los dogmas o fundamentalismos en cualquier ámbito de la vida o saber, no hacen más que imponer sus criterios y atentar contra la libertad personal. Cualquier extremo o radicalismo es perjudicial al desarrollo adecuado de una civilización.
Interesante lo que expones de que los sentimientos están devenidos de un colectivo. Cierto..., a no ser que seas capaz de conocerte a tí mismo y, por lo tanto, empezar a cambiar los sentimientos que hayas aprendido por gregarismo de tu grupo social (ya nada digo de la familia, por supuesto, para qué) o red social característica y que te configura como elemento componente de un colectivo o cultura más amplia.
Deberíamos pensar más por nosotros mismos, ser más autocríticos.
Tu artículo está muy bien expuesto. Estoy a la expectativa de la segunda parte, siempre, sin forzar nada. Total libertad. Un saludo.
De nuevo gracias por tus comentarios. Esta serie de artículos, pese a estar apoyados en el conocimiento de las ciencias sociales y humanas, nacen también de mi propia experiencia y reflexión, de la filosofía de vida que trato de aplicarme, a veces con muy poca fortuna. Son tal vez los más intimistas que he publicado.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues tus artículos son muy buenos, te lo digo no como lisonja sino, como reforzamiento positivo.
ResponderEliminarY si para más inri, son de tu cosecha -digo así por ese toque personal que del alguna manera planteas-, eso es todavía más encomiástico.
Repito, distingo a leguas cuando un blog merece la pena y cuando no. Y el tuyo es muy bueno y muy técnico a la vez que asequible. Es lo que percibo.
Todos tus artículos que voy desvelando paulatina y progresivamente desde aquel inicial del betilo negro por lo de Cibeles, son extraordinarios.
Saludos y enhorabuena.
Vaya, pues muchas gracias por tus palabras. De nuevo te digo que es un placer que le sirvan a alguien, pues para eso los publico.
ResponderEliminarUn saludo.