Se ha denominado como edad de oro al gran periodo de expansión económica mundial que se produjo a lo largo de los decenios de los años cincuenta y sesenta del pasado s. XX. La experiencia de la II Guerra Mundial permitió la adopción, fundamentalmente en los países capitalistas dependientes del bloque norteamericano durante la Guerra Fría, de las políticas económicas de corte keynesiano. Con el objetivo básico de garantizar un crecimiento económico sostenido y el buen funcionamiento de la economía capitalista, los estados del mundo occidental desplegaron aquel modelo político que conocemos con el nombre de “estado del bienestar”. El estado del bienestar, una experiencia propia de los estados con regímenes democráticos de corte pluralista y economías de mercado, se caracteriza por un crecimiento de la intervención pública con el objetivo de garantizar la igualdad de oportunidades y una cierta redistribución de la riqueza. El amplio consenso social en torno a este modelo hasta los años 70, que parecía garantizar también la paz social, permitió una consolidación de la sociedad de consumo en los países desarrollados. Este hecho, unido a una elevación generalizada del nivel de vida de la población, provocó un abanico de importantes cambios que transformaron rápidamente la sociedad y la cultura del mundo occidental.
De entre los diferentes cambios
sociales producidos durante la segunda mitad del s. XX, aquel más drástico y de
mayor amplitud mundial fue la práctica total desaparición del campesinado y su
modo de vida. Este declive, que salvo en determinadas zonas del África
subsahariana, el sudeste asiático y China afectó no sólo a Occidente, sino
también al resto de territorios donde aún no se apreciaba un significativo
desarrollo industrial, puede explicarse por varios motivos, como el
espectacular progreso tecnológico que redujo considerablemente la necesidad de
mano de obra humana. A mediados de la década de los años ochenta, el 42% de la
población mundial ya vivía en entornos urbanos. La desaparición del modo de
vida campesino permite comenzar a comprender algunas transformaciones
interrelacionadas. En primer lugar, la cultura del comercio y el consumo de
masas no puede desarrollarse si no es en un entorno urbano. La migración masiva
hacia las ciudades, la misma existencia en un entorno urbano masificado,
debilitó los estrechos vínculos familiares y las convenciones sociales tradicionales
que garantizaban la supervivencia en el entorno rural. A su vez, este tipo de
relaciones, establecidas a partir de modelos cognitivos, simbólicos y morales
compartidos que determinaban el papel de cada individuo dentro del colectivo,
también comenzaron a desaparecer, afectando a aquellas instituciones que, como
la iglesia, ayudaban a perpetuarlos.


Continuará...
* El patriarcalismo o superioridad estratégica del hombre sobre la mujer y de los progenitores sobre sus hijos, el respeto por los ancianos, etc.
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