lunes, 14 de febrero de 2011

Puivert, castillo de trovadores


En la pequeña comarca de Quercorb, en la región francesa del Languedoc, se hallan los restos del antiguo castillo cátaro de Puivert, también conocido como «Castillo de las Cortes de Amor». Probablemente construído a mediados del siglo XII, el origen de este sobrenombre resulta de que este lugar fue el escenario de un famoso certamen o encuentro de trovadores en el año 1170. Durante las asambleas que se llevaban a cabo, los asistentes se intercambiaban noticias y recitaban trovas en un festivo ambiente bajo la luz de las antorchas. Como muestra de este encuentro ha llegado hasta nosotros un fragmento de una obra creada por el trovador Peire d'Auvergne, una pieza satírica de doce coplas compuesta bajo el sonido de las gaitas, los cantos y las risas de los asistentes.

A esta magnífica fiesta no sólo acudieron trovadores, sino que a ellos se unieron también comitivas de altos dignatarios llegados de todos los rincones de Occitania, del reino de Aragón e incluso de Castilla, de donde acudió el joven rey Alfonso VIII, haciendo un alto en su camino, puesto que se dirigía a Burdeos al encuentro de su prometida Aliéner, hija de Enrique Plantagenet, duque de Aquitania y rey de Inglaterra.

Para comprender adecuadamente el extraordinario éxito del certamen de Puivert y de todo el movimiento trovadoresco en general, en una época en que la mayoría del continente europeo se encontraba sumido en la ignorancia, la barbarie y el dogmatismo, es preciso relacionar este fenómeno con los dos movimientos culturales surgidos en esta época en el sur de Francia: la «herejía» albigense o cátara y el trovadoresco concepto del «amor cortés».

La religión cátara, de un carácter marcadamente gnóstico, promovía como fin último la perfección espiritual a través de una vía de ascetismo y pureza que permitiera al alma liberarse de su prisión de materia. Por su parte, el amor cortés generalmente se ha querido mostrar como un amor exaltado y adúltero donde una dama perteneciente a la nobleza, casada e inalcanzable, se convierte en el blanco de los amoríos del poeta, que usualmente usa un pseudónimo en sus composiciones para no despertar las iras de su consorte. Nada más lejos de la realidad, puesto que los trovadores a quien realmente adoraban era al ideal de mujer, al concepto femenino puro, simbolizado en la iconografía cristiana por María -tanto la madre de Jesús como Magdalena-, ampliando luego su fervor e incluyendo al conjunto de las mujeres, sabiendo encontrar ese alto ideal en todas ellas. Por tanto, el amor divino se sobreponía al amor sensual y lo que los trovadores intentaban celebrar en su poesía era el anhelo de una dama que se correspondía con la reminiscencia bella e iluminada de una diosa. 

De esta manera redescubrieron los trovadores el «eterno femenino», tan degradado en aquella época, y mediante la exaltación del espíritu que provoca este Amor con mayúsculas lograron aproximarse a aquella diosa ancestral llamada Sophia, representación de la Sabiduría Divina, la inteligencia iluminada que descubre la verdadera constitución de la naturaleza y el sentido último de la existencia. 

Continuará...

Artículo publicado originalmente en la revista "El Mundo de Sophia", nº 31

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