lunes, 12 de diciembre de 2011

Las funciones sociales del fútbol. La disputa de un "clásico". II Parte


En la actualidad, los espectáculos deportivos y en concreto el fútbol son auténticos fenómenos producto de la sociedad de masas. Como fenómeno de la sociedad de consumo, puede ser por tanto utilizado por algunos para enriquecerse económicamente. Paralelamente a lo que ocurría en la civilización romana, es utilizado desde las instancias políticas para descargar tensiones sociales y desviar la atención de la población de los auténticos problemas estructurales presentes en gran parte de las sociedades. Desde el punto de vista del aficionado, por su función socializadora (La práctica y el consumo de fútbol y otros deportes constituye hoy en día un importante elemento en la integración social de los individuos, pues resulta una forma de relacionarse ya desde la infancia), suele darse una implicación emocional, un sentimiento de identificación con el equipo y el colectivo que, en ocasiones, constituye la base de una auténtica ideología o más allá incluso, casi de una religión, y de ahí se derivan consecuencias como los frecuentes estallidos de violencia entre seguidores de diferentes equipos. En esta construcción ideológica juega un papel fundamental el uso de objetos como las banderas o los uniformes, objetos que tradicionalmente se relacionaron, a nivel simbólico, con la construcción colectiva de identidades nacionales. 

Aunque la “propaganda oficial” que se “mueve” en torno a este tipo de espectáculos deportivos trata de simular una separación del ámbito socio-político del estrictamente deportivo, lo cierto es que de la observación de estos grupos de interés pueden extraerse una serie de conclusiones que trascienden lo meramente deportivo. 

España constituye un estado multinacional cuya realidad, sin embargo, no se corresponde con la ideología y la visión que se distribuye desde algunos de los principales canales de comunicación. La ideología liberal ha exaltado siempre el concepto de estado-nación unitario como valor supremo, reclamando la lealtad de los ciudadanos y postulando la soberanía absoluta para el Estado. Esta visión del nacionalismo ha implicado políticas asimilacionistas y centralizadoras que han tenido como objeto la eliminación de cualquier tipo de minoría existente dentro de las fronteras del Estado. En la realidad española, si bien desde el advenimiento de la democracia en 1979 fueron desarrollados mecanismos como el Estado de las Autonomías para tratar de eliminar el conflicto étnico entre las diferentes “nacionalidades históricas” (Cataluña, el País Vasco y Galicia) y el Estado, la fortaleza de estos nacionalismos, que en las regiones donde se desarrollan gozan de considerables atribuciones político-administrativas, continúa resultando una fuente muy real de conflicto étnico. En el caso catalán, su mayor avance en cuanto a modernización e industrialización con respecto a otras regiones de España, produjo un proceso migratorio de amplios sectores de población cuya ideología identitaria se aproximaba generalmente a la del estado-nación español. Si bien no deja de resultar una visión parcial y estereotipada que conviene utilizar con prudencia, desde la sociedad receptora, Cataluña, los inmigrantes eran vistos como elementos distorsionadores en los procesos de normalización de la cultura y la lengua propias de la etnonación*. Desde la perspectiva contraria, estos procesos pueden percibirse como actitudes xenófobas cuyo efecto es el de reforzar sus diferentes identidades regionales más en consonancia con el estado-nación. 

Continuará... 

* Término acuñado por Walker Connor, catedrático de ciencias políticas del Middlebury College, para referirse a las naciones que no poseen un estado.