miércoles, 25 de mayo de 2011

La ciudadela medieval de Carcasona. Segunda parte


Después de la reconquista de los cristianos se inauguró la época feudal, durante la cual los nobles de Carcasona, la dinastía de los vizcondes de Trencavel, gozaron de una amplia autonomía, sucediéndose durante más de 300 años hasta Raymond-Roger Trencavel. Fue en este momento histórico, alrededor de los siglos XII-XIII, cuando en la región del Languedoc, de la que Carcasona fue una de sus capitales más importantes junto con Toulouse y Narbona, se desarrolló la que conocemos como “herejía albigense”. Sus seguidores eran llamados cátaros, aunque ellos nunca se denominaron a sí mismos con este nombre, u hombres buenos. Fundamentalmente maniqueístas, pensaban que el mundo se dividía en dos corrientes opuestas, la del bien y la del mal. No creían en la muerte de Jesús a manos de los romanos, por ello nunca usaron el símbolo de la cruz. Los sacerdotes cátaros eran "los perfectos" u "hombres puros". Con sus largos trajes negros recorrían los caminos ayudando a quien lo pidiera. Para ello llevaban siempre una copia del Evangelio de San Juan, el único auténtico en su concepción del cristianismo. Con esa filosofía de vida y la austeridad y total desapego de las riquezas materiales de la que hacían gala, se ganaron las simpatías de caballeros, nobleza y del pueblo llano, donde eran aceptados plenamente. Algunos de los señores feudales de la zona, como el conde de Foix y el vizconde de Béziers los apoyaron plenamente, y el mismo Raimond-Roger Trencavel fue uno de los personajes más importantes dentro del catarismo. En el mundo de opresión e injusticia de la baja Edad Media, su filosofía liberadora se extendió a casi toda Europa, con miles de adeptos en Francia, Alemania, Italia y España, lo que provocó la reacción de Roma. El Papa Inocencio III los declaró secta herética y en enero de 1208 comenzó la cruzada albigense contra los enclaves cátaros.

En 1209, tras dos semanas de sitio, Carcasona fue vencida por las huestes de Simón de Montfort, comandante del ejército cruzado, que conquistó la plaza gracias al engaño, pues hizo capturar al vizconde Raimond-Roger cuando éste salió de la fortaleza con el fin de parlamentar. El dignatario fue encarcelado y poco más tarde murió de disentería. Con esta “fácil” ocupación y la posterior derrota y muerte de Pedro “el Católico”, rey de Aragón que acudió en defensa de sus vasallos occitanos, durante la batalla de Muret en 1213, Montfort convirtió la cruzada en su personal “negocio”, repartiéndose las tierras de los vencidos con el clero católico y los nobles franceses.

Terminada la Edad Media, y como casi todos los monumentos de aquella época, la ciudad fue abandonada, sus piedras reutilizadas para otras construcciones y sus torres aprovechadas como garajes, cuadras o talleres. Afortunadamente, el historiador Jean-Pierre Cros-Meyrevieille y en especial el arquitecto Viollet Le Duc promovieron a mediados del siglo XIX la conservación y rehabilitación de la ciudad. En 1844 comenzaron las obras de restauración de la Iglesia de San Nazario, a la que siguieron en 1853 las de las fortificaciones.

Actualmente la “Cité” ha sobrevivido como centro turístico de la región del Aude, con sus estrechas callejuelas repletas de restaurantes y comercios, pero sin duda una parte del antiguo espíritu occitano aún perdura, pues no en vano aquellas personas de alma elevada son capaces de revivir en su fuero interno aquella época legendaria cuando pasean por entre sus murallas.

Artículo publicado originalmente en la revista El mundo de Sophia, número 32

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