En la construcción de las identidades individuales, no existe forma alguna de establecer generalizaciones válidas para todos los casos, y éstas, en el momento en que son formuladas, sólo pueden incorporar una parte de la realidad y resultar poco más que tópicos y estereotipos colectivos. Como señala Pujadas, en las sociedades industrializadas, “en el marco urbano la complejidad de opciones, de pautas alternativas, de diferencias objetivas en los procesos de socialización primaria y secundaria, convierten en un verdadero laberinto las trayectorias individuales”*. Tal vez, como indica el mismo Pujadas, la tipología de identidades no sean más que puros productos sociales, pero en la cambiante sociedad occidental éstas son manifestadas de formas totalmente insospechadas en función de las opciones, influencias, preferencias y contextos en los cuáles se sitúa cada individuo. Es más, las identidades se construyen y reconstruyen continuamente, sin que ningún individuo pueda definirse por un mismo marco identitario en distintas circunstancias.
La función social más evidente del fútbol y el resto de espectáculos deportivos deriva de su estatus como lucrativo negocio. Si bien la mayor parte de los beneficios que genera son controlados por algunas minorías, normalmente multinacionales que controlan los medios de comunicación, resulta también un estímulo económico para diversos tipos de comerciantes y establecimientos (bares, comercios de alimentación, etc.). La primera función del fútbol, por tanto, es la de fomentar la economía y el consumo.
Uno de los aspectos más interesantes en este tipo de reuniones es su función social de reforzar los lazos entre los individuos pertenecientes a un mismo grupo de edad, aportándoles un marco colectivo donde pueden coexistir y son reguladas diferencias que en otro tipo de contextos podrían resultar causa de tensiones o conflictos. La comida en común es uno de los principales elementos en este contexto, un mecanismo social de refuerzo colectivo practicado ancestralmente por todas las comunidades humanas de cualquier época. También la práctica de juegos de azar previos a la disputa del encuentro deportivo o el consumo de bebidas alcohólicas en común resultan otros indicadores en este sentido. Una curiosa característica es que el grupo social estudiado suele consumir la cerveza de forma grupal, reforzando aún más ese sentimiento. El ritual consiste en abrir un envase de un litro de capacidad e irlo desplazando al compañero situado inmediatamente junto al individuo a medida que cada sujeto bebe un trago directamente de la botella. No se destapa un nuevo envase hasta que se acaba el contenido del anterior.
La última de las funciones que analizaremos, desde una perspectiva de los instrumentos que utiliza “el poder” en la manipulación de los grupos sociales, se refiere a su capacidad para regular y redirigir posibles conflictos que podrían amenazar la estructura social establecida. Las reuniones en torno a la amplia oferta en la celebración de espectáculos deportivos, resultan mecanismos de control que permiten aliviar ciertas tensiones en un marco social establecido o, dicho con otras palabras, permiten a los individuos descargar su agresividad, fruto de la interacción social, sin peligro de que esas inquietudes puedan dirigirse contra las instituciones normativas de la sociedad. En este sentido, creemos que esta funcionalidad puede aplicarse al notable incremento de las tensiones y la confrontación que últimamente se viene escenificando desde los medios de comunicación de masas, en torno a la ya “clásica” rivalidad entre Real Madrid y F.C.Barcelona. No deja de resultar curioso que este aumento de las tensiones se produzca “casualmente” en un período de crisis, tanto social, como económica y política, como el que se vive en España actualmente.
*Pujadas, J. Etnicidad. Identidad cultural de los pueblos. 1993. Madrid: Eudema, S.A.
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