martes, 4 de junio de 2013

La Cultura. ¿Derecho básico o recurso económico? - II Parte


       En el surgimiento de la industria cultural, los gobiernos tendieron a propiciar el turismo que se desarrolla en torno a la cultura, potenciando la conservación y recuperación del patrimonio cultural diferencial de ciertas ciudades, que comenzaron a tratarse como marcas internacionales. Así, se pusieron en marcha políticas de ennoblecimiento que, centrándose en los intereses económicos, se enfrentaron a los intereses y necesidades de la ciudadanía en general, particularmente de las personas de clases humildes que vivían en las zonas afectadas por este ennoblecimiento del patrimonio cultural.

         En paralelo a estos procesos de creación de marcas internacionales, la mercantilización de la cultura también ha provocado la creación de políticas de favorecimiento de las industrias culturales creativas, basadas en la creatividad individual y la explotación de la propiedad intelectual. Es cierto que este tipo de industrias conllevan un potente potencial económico, pero el tiempo, en cambio, ha demostrado que no contribuyen a la resolución de problemas económicos y sociales. La gran autonomía de que gozan, por ejemplo, ha favorecido el incremento de la desigualdad y discriminación laboral por razones de género o etnicidad.


         En la dicotomía de ambas visiones sobre la cultura, la cultura como derecho y la cultura como recurso, un ejemplo que fusiona ambas visiones puede ser el ya “tradicional” Saló del Cómic, que se viene celebrando en Barcelona desde hace más de treinta años. Por una parte, promueve la consolidación de la capital catalana como marca internacional, ya que resulta una manera más en la acumulación de capital simbólico explotable. Atrae un tipo de turismo específico perteneciente, en general, a una subcultura concreta, la subcultura “friki” o “geek”, turismo que posiblemente pueda repetir su experiencia desde el momento en que la feria se consolidó como referente en el mundo de la historieta en el Estado Español (Siguiendo el ejemplo de Barcelona, otras ciudades como Zaragoza o Getxo han optado por organizar sus propios “Salones del Cómic”, pero sin lograr alcanzar la repercusión internacional de la Ciudad Condal); resulta también un punto de encuentro donde la industria cultural tradicional, en la forma de las grandes editoriales fabricantes y distribuidoras de cómics, promocionan y venden directamente sus productos, pero donde también tienen cabida diferentes profesionales y emprendedores procedentes de las industrias culturales creativas que, presentando sus fanzines y otros productos, pueden darse a conocer a un público muy amplio. Por otra parte, en la vertiente de la cultura como un derecho básico, el Saló del Cómic recibe financiación, entre otros organismos y entidades, del Ministerio de Cultura. De esta forma se facilita el acceso al recinto a los miembros de todas las capas sociales a un asequible precio, 7 €, que lleva varias ediciones sin incrementarse. También permite, en esta vertiente de acceso, que en cada edición se puedan visitar las diferentes exposiciones gratuitas en torno al mundo de la historieta. Y en su aspecto formativo, el Saló dispone de varios talleres y cursillos gratuitos de dibujo, además de charlas y mesas redondas donde se debate sobre el presente y el futuro del cómic.

miércoles, 17 de abril de 2013

La Cultura. ¿Derecho básico o Recurso Económico?



         Aquellas posturas que comprenden la cultura como un derecho básico de los ciudadanos, parten de la visión ilustrada que atribuía al estado la competencia en la gestión de la cultura, debido a una visión global donde ésta era observada como algo universalmente válido, con capacidad para potenciar el bienestar y el progreso de los individuos. Esta visión pretendía una democratización de la cultura en la construcción de una esfera pública, a la que todo ciudadano tuviera acceso y donde podría formarse adecuadamente. Como contrapartida, son los organismos e instituciones estatales los encargados de seleccionar los productos culturales que se consideran benéficos en el desarrollo de la escala de valores o el código ético de los ciudadanos. Este mecanismo selectivo se transforma, en opinión de algunos autores que han teorizado sobre el concepto de cultura, como Michel Foucault, en un dispositivo biopolítico coercitivo que, de una forma sutil, distribuye una serie de valores predeterminados que el sujeto interioriza, afectando a la forma de relacionarse y comprender el entorno.

         Este tipo de políticas tradicionalistas, centradas en la noción de “excelencia”, en la supremacía de determinadas producciones procedentes de la “alta cultura”, marginaba sin embargo la expresión de los rasgos culturales propios de una amplia capa de los estratos sociales populares. Si bien se generaliza-democratiza la posibilidad  de acceso a la cultura, con actuaciones como subvencionar las entradas para acceder a los museos, las producciones creadas por las clases más humildes o de una procedencia étnica minoritaria, no tenían cabida en los circuitos de la esfera pública. Con el tiempo, sin embargo, el aumento de la diversidad cultural multiétnica, la proliferación de movimientos feministas y subculturales y otros motivos, permitieron que un gran número de prácticas originalmente subculturales comenzaran a reclamar un lugar en las instituciones y los espacios públicos.

         En la medida en que las normalizadas narrativas tradicionalistas sobre la belleza y la universalidad del arte fueron perdiendo su validez, el Estado y sus instituciones comenzaron a replantear el papel de sus políticas culturales, produciéndose un giro hacia el mercado y la economización de la cultura, un cambio de “paradigma” en su conceptualitzación y gestión: la cultura como recurso. Desde este momento, la cultura perderá sus capacidades intrínsecas, estéticas o espirituales, en aquella visión que permitía el progreso y la formación del individuo, para pasar a considerarse desde una perspectiva utilitarista que podía aportar soluciones a problemas económicos, políticos o sociales, además de resultar un elemento fundamental de crecimiento económico.

Continuará...

viernes, 25 de enero de 2013

El Cantar de Roldán. El destino de un héroe. II Parte


         Carlos, identificado en el plano religioso con el Dios Padre, representa los antiguos valores colectivos de prudencia y sabiduría, la universalidad heredada de Roma, prácticamente agotados en los tiempos del milenio. Lejos ya de la unificación política y cultural emprendida por el Carlomagno histórico durante el transcurso del s. VIII, la figura del emperador se asocia a una presente situación de debilidad política de sus herederos, que ya no son capaces de controlar al estamento aristocrático-guerrero. La debilidad de Carlos resulta una constante a lo largo de la canción; acepta sin discusión las resoluciones de su consejo nobiliario ante cualquier decisión importante; permite que algunos teóricos vasallos le impongan su voluntad; incluso cuando es capaz de prever la tragedia que afectará a la retaguarda de su ejército y a su sobrino Roldán, no es capaz de tomar decisión alguna que posibilite evitarla:

“Sur tuz les altres est Carles anguissus: 
As porz d'Espaigne ad lesset sun nevold. 
Pitet l'en prent, ne poet muer n'en plurt.” 

(Más que los otros está Carlos angustiado: 
En los puertos de España ha dejado a su sobrino. 
Sufre una gran pena, no puede detener el llanto)

         Roldán, identificado en el plano religioso con Jesucristo, representa los emergentes valores individuales de coraje y valor, típicos de la ideología caballeresca. Pero son unos valores demasiado nuevos, aún no universalmente aceptados y en ello radica la problemática, entre una dimensión del destino (que comporta la muerte necesaria del guerrero) típica de los germánicos y los nuevos valores cristianos que todavía no han penetrado tan a fondo como para modificar la espiritualidad de los caballeros.

         La Chanson de Roland se sitúa en la confluencia entre dos mundos culturales. Pero más que al inicio de una nueva época, corresponde con los últimos estertores de la antigua. De aquí se desprende que el poeta, probablemente un religioso, muestre un cierto cansancio por el ejercicio de las armas, además de una ferviente necesidad de paz, a través de la figura del emperador y sus barones más “prudentes”:

“Pecchet fereit, ki dunc li fesist plus, 
U par ostage vos (en) voelt faire soürs; 
Ceste grant guerre ne deit munter a plus. 
Dient Franceis: «Ben ad parlet li dux.” 

(Pecado cometería, quien fuese contra él más duro, 
puesto que quiere entregaros rehenes como garantía, 
esta guerra no debe prolongarse. 
Dicen los Francos: Bien ha hablado el duque)

Pero en el seno de una aristocracia que se hacía poco a poco con la legitimidad política y el poder territorial, era preciso encajar estos valores de coraje y bravura, el mismo oficio guerrero, en el seno del pensamiento cristiano. Asistimos en la Chanson de Roland al nacimiento de una nueva ideología de cruzada que marcará buena parte de la literatura a partir del s. XII, si bien todavía no asentada. De esto es muestra que los sarracenos aparezcan representados en el interior de una estructura socio-cultural idéntica a la de los francos, mientras que la única diferencia radica en que aquellos se encuentran en “el error”, mientras que los cristianos recorren el “auténtico camino”:

“Paien unt tort e chrestiens unt dreit;” 

(De los paganos es el error y de los cristianos el acierto)

 La ideología de cruzada, los valores caballerescos, necesarios para la autoafirmación de la aristocracia guerrera gobernante, calan y son fijados en la mentalidad de todos los estratos sociales a partir del s. XII. Desde ese momento, la ética germánica heredada del pasado precristiano, es sustituida por otra más acorde con aquella propugnada desde el estamento eclesiástico. Uno de los efectos inmediatos sobre la literatura francesa será la desaparición de aquella temática sobre el destino que venimos comentando, puesto que deja de existir aquel conflicto entre “lo viejo” y “lo nuevo”, entre lo “decrépito” y “lo juvenil”. Al menos en el ámbito concreto de la literatura en lengua romance, que refleja las inquietudes del estamento social guerrero dominante...

“Plus aimet il traïsun e murdrie 
Qu'(e) il ne fesist trestut l'or de Galice”

(Es mucho mejor que muramos batallando 
Que el prometido fin obtendremos al instante)