En el surgimiento de la industria
cultural, los gobiernos tendieron a propiciar el turismo que se desarrolla en
torno a la cultura, potenciando la conservación y recuperación del patrimonio
cultural diferencial de ciertas ciudades, que comenzaron a tratarse como marcas
internacionales. Así, se pusieron en marcha políticas de ennoblecimiento que,
centrándose en los intereses económicos, se enfrentaron a los intereses y
necesidades de la ciudadanía en general, particularmente de las personas de
clases humildes que vivían en las zonas afectadas por este ennoblecimiento del
patrimonio cultural.
En
paralelo a estos procesos de creación de marcas internacionales, la
mercantilización de la cultura también ha provocado la creación de políticas de
favorecimiento de las industrias culturales creativas, basadas en la
creatividad individual y la explotación de la propiedad intelectual. Es cierto
que este tipo de industrias conllevan un potente potencial económico, pero el
tiempo, en cambio, ha demostrado que no contribuyen a la resolución de
problemas económicos y sociales. La gran autonomía de que gozan, por ejemplo,
ha favorecido el incremento de la desigualdad y discriminación laboral por
razones de género o etnicidad.
En
la dicotomía de ambas visiones sobre la cultura, la cultura como derecho y la
cultura como recurso, un ejemplo que fusiona ambas visiones puede ser el ya “tradicional”
Saló del Cómic, que se viene celebrando en Barcelona desde hace más de treinta años.
Por una parte, promueve la consolidación de la capital catalana como marca
internacional, ya que resulta una manera más en la acumulación de capital
simbólico explotable. Atrae un tipo de turismo específico perteneciente, en
general, a una subcultura concreta, la subcultura “friki” o “geek”, turismo que
posiblemente pueda repetir su experiencia desde el momento en que la feria se
consolidó como referente en el mundo de la historieta en el Estado Español (Siguiendo
el ejemplo de Barcelona, otras ciudades como Zaragoza o Getxo han optado por
organizar sus propios “Salones del Cómic”, pero sin lograr alcanzar la
repercusión internacional de la Ciudad Condal); resulta también un punto de
encuentro donde la industria cultural tradicional, en la forma de las grandes
editoriales fabricantes y distribuidoras de cómics, promocionan y venden
directamente sus productos, pero donde también tienen cabida diferentes
profesionales y emprendedores procedentes de las industrias culturales
creativas que, presentando sus fanzines
y otros productos, pueden darse a conocer a un público muy amplio. Por otra
parte, en la vertiente de la cultura como un derecho básico, el Saló del Cómic
recibe financiación, entre otros organismos y entidades, del Ministerio de
Cultura. De esta forma se facilita el acceso al recinto a los miembros de todas
las capas sociales a un asequible precio, 7 €, que lleva varias ediciones sin
incrementarse. También permite, en esta vertiente de acceso, que en cada
edición se puedan visitar las diferentes exposiciones gratuitas en torno al
mundo de la historieta. Y en su aspecto formativo, el Saló dispone de varios
talleres y cursillos gratuitos de dibujo, además de charlas y mesas redondas
donde se debate sobre el presente y el futuro del cómic.
Como telón de fondo de una mercantilización de la cultura, tal vez haya que remontarse la antigüedad, con Antístenes. A su vez, en la vida humana, yo por lo que veo, acabo infiriendo que todo tiene un precio (o casi todo). Paralelamente, quizás, también valoramos más aquello que nos cuesta trabajo conseguir (excepción aparte de que el universo también da cosas gratuitas).
ResponderEliminarEstá genial que haya esos salones creativos y que no sean del tipo de esos salones pasivos de mirar como momias y largarse sin entender el lenguaje del arte (esa percepción intuitiva tan anhelada), sin que haya un cicerón que te guíe (debería ser opcional y propuesto por el Ministerio de Cultura), y para más colmo, con salas de cursillos.
También es verdad que hay mucha gente motivada a la creatividad (habilidades artísticas) que no puede permitirse ese mínimo coste de 7 euros (por ejemplo, inmigrantes o desempleados).
La educación, sea lo que sea, un recurso o un derecho es la base de una civilización -más bien, habría que decir el respeto en vez de educación, ya que, hay una diferencia de matiz- y nace en casa, en la familia. Nos compete a todos como mentalidades colectivas.
Un saludo.