La existencia de la divinidad no es algo competente para
la ciencia, es indemostrable, pertenece al ámbito de las creencias. Lo que sí
compete a la ciencia, concretamente a la neurobiología, es la forma como se
forjan y transmiten las creencias religiosas y cuál es el origen biológico de las
experiencias espirituales.
Sobre el origen de las experiencias espirituales, la
neurociencia moderna demuestra que poseen una base neurobiológica. El
sentimiento religioso tiene una ventaja evolutiva para el ser humano y ha
permitido la formación de sociedades a lo largo de la historia. Así, el cerebro
posee determinadas estructuras cuya actividad funciona como un sistema de
recompensa con vistas a la supervivencia del organismo. La espiritualidad sería
la parte subjetiva de la actividad de esas estructuras. Y las experiencias
espirituales se caracterizan, en opinión de los neurocientíficos
norteamericanos Newberg y D’aquili, por “descargas emocionales intermitentes
que implican sensaciones subjetivas de sobrecogimiento, paz, tranquilidad o
éxtasis”. Así pues, las experiencias espirituales se relacionan
fundamentalmente con las áreas del cerebro que intervienen en el procesamiento
de las emociones. Aunque no es la única región implicada, el gran soporte de
las experiencias religiosas se halla en el lóbulo temporal del cerebro.
Experiencias como la hiperreligiosidad, las alucinaciones visuales y auditivas
de divinidades y seres sobrenaturales, o sentimientos de unión con dios se
relacionan con la actividad del lóbulo temporal y sus estructuras límbicas. Experiencias
como el abandono del propio cuerpo, por ejemplo, característico de las
experiencias cercanas a la muerte, pueden provocarse por la estimulación
eléctrica de la amígdala (coordina respuestas conductuales, autónomas y
endocrinas), el hipocampo (implicado en la memoria) y el lóbulo temporal
inferior, todas ellas estructuras clave para la supervivencia del individuo.
Desde la perspectiva neuroquímica, todas estas
experiencias se relacionan con el aumento de un neurotransmisor en concreto, la
dopamina, relacionada con el sistema de recompensa del cerebro cuyo aumento
provoca sentimientos placenteros, y el descenso de otro, la serotonina, en
estas estructuras del lóbulo temporal. Esta relación entre el aumento de la
actividad dopaminérgica del lóbulo temporal con las experiencias espirituales
puede corroborarse en la hiperreligiosidad de personas que sufren
esquizofrenia, en los delirios religiosos en pacientes con trastorno bipolar o
en los casos de epilepsia del lóbulo temporal, cuando durante los ataques,
estas personas sufren potentes experiencias místicas y alucinaciones
visual-auditivas. Pero también se relacionan con la ingesta de drogas
enteógenas como el LSD. En opinión del neurocientífico canadiense Michael
Persinger, estas experiencias se deben a perturbaciones eléctricas en el lóbulo
temporal que sufren todas las personas, no sólo los epilépticos, durante
estados transitorios causados por multitud de factores, como el estrés, la
ansiedad, la música, la ingesta de drogas, la hipoglucemia o la hipoxia. Y
siempre estas experiencias, las visiones paranormales, se relacionan con el
bagaje cultural del sujeto que las sufre (una persona educada en el
cristianismo nunca tendrá experiencias relacionadas con personajes o
divinidades procedentes de otras religiones). Por tanto, según Persinger, estas
visiones o experiencias no son más que ilusiones creadas por el cerebro,
sensaciones que son percibidas como totalmente reales por el sujeto.