lunes, 27 de septiembre de 2010

Reflexiones sobre el arte. Segunda Parte


¿Qué es el arte? ¿Para qué sirve? La semana pasada recorríamos los intentos por definir el arte y la obra artística que se han venido realizando desde algunos ámbitos académicos. Veíamos cómo todas esas definiciones resultaban, cuanto menos, limitadas.

Podríamos pensar entonces que aquello que define el arte en el mundo moderno viene marcado por los intereses económicos de galerías, subastas, críticos y patrocinadores de arte. La mercantilización del arte ha provocado varios efectos negativos. Los circuitos son controlados por grandes magnates que promocionan la obra de ciertos artistas afines. La sola exposición de sus obras en las galerías y exposiciones que estos magnates organizan, contribuyen al aumento del precio del objeto artístico y al reconocimiento de su creador, gracias a la difusión que realizan los medios de comunicación. A esto se debe añadir un componente de inseguridad que el arte contemporáneo provoca a una gran parte de la sociedad, en sus diferentes estratos, seguramente por las ideas preconcebidas sobre la naturaleza del arte y su significado, que permanecen arraigadas en la conciencia de las personas.

Además de los mencionados intereses económicos, autoras como Patricia Mayayo contribuyen a recordarnos el papel que, a lo largo de la historia, han desempeñado las mujeres artistas. Relegadas al papel de objeto de la representación, ellas siempre se encontraron subordinadas a los intereses de los hombres, quienes las mantuvieron alejadas de la esfera artística mediante, por ejemplo, la creación de estereotipos del ideal que representaba ser una mujer. Según Mayayo, “el arte ha tenido un papel fundamental en la creación y difusión de determinados estereotipos femeninos, y ha sido un mecanismo de regulación de las conductas mediante el cual se ha adoctrinado a las mujeres sobre aquellos roles que han de representar” (Patricia Mayayo, (2003), Historia de mujeres, historias del arte. Madrid. Cátedra. Col. Ensayos Arte Cátedra). Así, durante la antigüedad clásica resultaron figuradas como matronas de los futuros guerreros, defensores de la polis y de una ideología paternalista; en época medieval, el cristianismo contribuyó a despojarlas incluso de su función como creadoras*, y el modelo femenino giró en torno a la idea de la castidad y pureza virginales; el renacimiento transmutó a la mujer en un signo de prestigio social para su colectivo o familia; el barroco la utilizó como objeto de consumo erótico; las “luces” del Antiguo Régimen (me refiero a la Ilustración del s. XVIII) crearon un modelo del decoro femenino; el liberalismo del s. XIX, un concepto separado de “arte femenino”. Incluso hoy en día, si nos detenemos sobre una clasificación de aquellos creadores considerados como mejores artistas contemporáneos, observaremos la total ausencia de mujeres.

Ante la imposibilidad de aportar una definición universal sobre los conceptos de arte y objeto artístico, y tras recorrer las definiciones y usos que determinados segmentos de la sociedad le han otorgado a lo largo de la historia, podríamos abrigar una cierta sensación de desánimo ante cualquier manifestación artística. Pero esto sería incurrir en un error, puesto que la historia del arte que conocemos se ha venido centrando tradicionalmente en las creaciones de los considerados como grandes “genios” de la humanidad, estableciendo en nuestra conciencia una imagen del arte como algo alejado de los intereses populares y a los artistas como una especie de seres "semidivinos", extraños y con frecuencia excéntricos
.

No sabemos de dónde surge la necesidad humana sobre la creación artística, pero sí sabemos que, de una u otra forma, nos ha acompañado desde que tenemos memoria. Además, fuera de los circuitos establecidos han nacido numerosos movimientos que, aunque posteriormente puedan haberse integrado en ellos, revelan el gran dinamismo de una herramienta, el arte, que tiende a representar las inquietudes humanas. Expresadas en un lenguaje diferente al que utilizamos normalmente para comunicarnos, se han hallado presentes, en mayor o menor medida, en todo hombre y mujer de cualquier época.

*A nivel teológico, el principio femenino de divinidad, compartido con el masculino en la mayoría de las doctrinas del mundo antiguo, fue substituido con la imposición del cristianismo por el concepto de Espíritu Santo en su dogma. Así, la generación y creación pasa a depender exclusivamente del principio masculino, relegando lo femenino a la mera función de receptor.

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