Denominamos mito a una narración de índole tradicional en el
seno de una cultura determinada, referida a los acontecimientos que in illo
tempore, en el origen de los tiempos, dieron comienzo al mundo, a las
divinidades y a la especie humana. Fundamentalmente transmitidos por tradición
oral, en la forma de narraciones dramatizadas, sólo cuando las sociedades se
vuelven más complejas y aparece la necesidad de su conservación éstos son
transcritos. De alto contenido simbólico, normalmente se encuentran íntimamente
relacionados con las creencias religiosas del colectivo que los formula.
Los estudios mitológicos han tratado, desde el s. XVIII, de
aproximarse a la definición y explicación de estas narraciones desde diversas
perspectivas. Inicialmente los teóricos se centraron en aspectos formales como
el lenguaje. Max Müller[1],
por ejemplo, creía que el pensamiento mitológico se encontraba en íntima
relación con el lenguaje, llegando incluso a quedar determinado por él. Estas
definiciones, sin embargo, no acertaban a explicar la presencia de mitos muy
similares en el seno de culturas muy diferenciadas en cuanto a su lenguaje.
Influido por la corriente evolucionista del s. XIX, pensó que divinidades y
símbolos presentes en las narraciones mitológicas nacían de un desconocimiento
de las leyes y fenómenos naturales. De esta forma, se comprendía el pensamiento
mito-poético como una invalidez o subdesarrollo de la capacidad lógico-racional
en las sociedades primitivas. Enfoques psicologicistas, como aquel propugnado
por Freud, se centraban en el individuo y consideraban el pensamiento
mitológico como una patología, una construcción fantástica de la realidad que
expresaba los deseos ocultos y reprimidos, inconscientes, normalmente de índole
sexual, de la persona.
A partir
del s. XX, sin embargo, diversos estudios antropológicos se han venido centrando
en criterios funcionales, definiendo el mito a partir de los cometidos que
realiza en el seno de las sociedades, estableciendo una serie de relaciones
intrínsecas entre mitología y contexto socio-cultural. Malinowski[2]
establece dos funciones básicas para la mitología: la primera se refiere al
individuo y es la de aportar significado, en virtud de su contenido simbólico
religioso, a la existencia de la persona, dando “sentido al mundo” y detallando
modelos de comportamiento para la vida cotidiana; la segunda función se refiere
al colectivo, porque los mitos reflejan la estructura social que los formula,
asegurando así el mantenimiento del sistema establecido. Y esto sucede porque
una de las principales características de los mitos, que los diferencia de otros
tipos de narraciones como las leyendas o las fábulas, consiste precisamente en
las repercusiones y valores que tienen en el contexto social donde son
formulados, esto es, en el aspecto de creencia real que le otorgan los
individuos y que relacionan narración y dogma religioso.
Claude Lévi-Strauss |
Autores
como Lévi-Strauss[3]
profundizaron en esta característica de los mitos, en la creencia y veracidad
que suponen en la mentalidad de los integrantes de algunas culturas
tradicionales y en sus consecuencias. En sus investigaciones sobre curas
shamanísticas, Lévi-Strauss se percató de la eficacia real de unos tratamientos
en ocasiones totalmente alejados de las ciencias médicas positivas. Observó
cómo los hechiceros de estas culturas lograban sanar al paciente mediante escenificaciones
rituales de carácter mitológico. La narración de unos actos realizados por
seres mitológicos en el origen de los tiempos, percibida como real tanto por
enfermo como por sanador en el interior de su contexto social, se identificaba
en un plano metafórico y simbólico con los síntomas del paciente. De esta forma
el hechicero lograba dar una forma coherente a los sufrimientos, que al
personificarse de forma inconsciente facilitaban la aceptación y tolerancia del
enfermo. Así no sólo eran tolerados, sino que esos sufrimientos adquirían
sentido, puesto que los acontecimientos in
illo tempore eran reactualizados en el presente. El mito permitía, mediante
aproximaciones simbólicas, relacionando el plano psicológico con el plano
universal, que la conciencia de la persona experimentase una vivencia “real”, pasando
del nivel meramente intelectual al experiencial. La narración finalizaba con el
restablecimiento del “cosmos”, del orden divino y, en lo que respecta al
enfermo, con su sanación. Lévi-Strauss estableció entonces su concepto de
“eficacia simbólica”, que definió como aquella propiedad inductora de una
transformación orgánica, una reorganización estructural que se produce cuando
el enfermo experimenta intensamente un mito. En un paralelismo con las técnicas
del psicoanálisis, se percató que ambas elevan a la conciencia del hombre determinados
conflictos inconscientes, permitiendo que estas resistencias se reactualicen en un nuevo
sistema de experiencia. La diferencia consiste en que en psicoanálisis el mito
es inherente al paciente, es construido gracias a la guía del terapeuta y
mediante elementos extraídos de su propio pasado, mientras que en shamanística
se trata de un mito socialmente aceptado por todos los miembros de la
comunidad. En este último caso, las “milagrosas” sanaciones fisiológicas se referirían
únicamente a un amplio abanico de enfermedades psicosomáticas. Pero, según su
perspectiva, la narración mitológica, el discurso por sí solo no es capaz de
traspasar las barreras de la conciencia para acceder a conflictos inconscientes
demasiado profundos. Por ello es preciso que la eficacia simbólica se complete
mediante el uso del signo, del ritual, cuya carga simbólica constituye un
auténtico lenguaje, el único que comprende el inconsciente. Así, para Lévi-Strauss
el inconsciente se identifica con la función simbólica de la mente humana, de
carácter estructural, porque para él se ejerce según unas mismas leyes en toda
persona, en una visión similar a la propugnada por Jung y su inconsciente
colectivo, si bien en Lévi-Strauss el carácter estructural del inconsciente se
limita a su funcionalidad. Y es por ello que aunque infinitamente diversos en
su forma y contenido, tras los mitos pueden hallarse tan sólo un reducido
número de funciones psico-sociales[4].
Mircea Eliade |
También
Eliade[5]
otorga una funcionalidad similar al mito. En su concepción fenomenológica,
indica que “la función principal del mito es la de fijar los modelos ejemplares
de todos los ritos y de todas las acciones humanas significativas”[6],
y más allá de la estricta acción ritual referida a las creencias religiosas, relaciona
este concepto con la historia ejemplar de un colectivo que sirve de modelo para
los comportamientos individuales. Para Eliade, el signo o acción ritual supone
una evocación del acontecimiento mítico por su mera ostentación, es un mito
críptico o concentrado. Eliade cree que los mitos revelan una estructura de lo
real presente en todas las culturas humanas e inaccesible a la conciencia
lógico-racionalista, en una búsqueda de unos arquetipos universales básicos.
Mitos
como una forma de lenguaje, como expresión de elementos inconscientes, como
condicionantes sociales o simplemente como embellecidas narraciones sobre el
origen de los tiempos. Lo cierto es que ellos han estado presentes, en mayor o
menor grado, desde que la humanidad posee memoria. En virtud de sus especiales
características, son capaces de transformar la experiencia humana, afectando a
la realidad interna e incluso externa de la persona. Inclusive cuando se
degradan en fábulas o historias legendarias, puesto que la principal
característica del mito en contraposición con la leyenda es el nivel de
creencia otorgado por los integrantes de una misma sociedad o cultura, continúan
despertando pasiones en nuestro interior. Y es que ellos “hablan” al
sentimiento. Son precisamente los procesos emotivos, las emociones que nos
despiertan, la principal fuente de su poder sobre nosotros. Expresan una serie
de modalidades de lo sagrado, siguiendo en este caso la terminología de Eliade,
presentes desde tiempos inmemoriales en nuestra mentalidad. Así, personajes
como Frodo, Sam y Gollum en la saga El Señor de los Anillos, “reactualizan”
mediante una fábula las tres funciones que al alma atribuía Platón[7];
símbolos como el axis mundi, presentes
en multitud de culturas, son mostrados de forma velada en ficciones
cinematográficas como Avatar[8].
Y posiblemente sus autores no fueran siquiera plenamente conscientes de ello…
[1]
Friedrich Maximilian Müller (1823 – 1900), filólogo, orientalista y mitólogo
alemán fundador de la mitología comparada.
[2]
Bronislaw Kasper Malinowski (1884 – 1942). De origen polaco, fue el refundador
de la antropología social y religiosa basada en la consideración funcional de
la cultura. El funcionalismo establece estrechas relaciones entre el individuo
y la sociedad en todos los ámbitos.
[3]
Claude Lévi-Strauss (1908 - 2009), antropólogo francófono belga fundador de la
antropología estructural.
[4]
Básicamente, aquellas dos ya enunciadas: la de aportar modelos de
comportamiento individuales y la de constituir un sustento de la estructura
social.
[5]
Mircea Eliade (1907 – 1986), filósofo e historiador de las religiones rumano
considerado pionero en el campo de la historia de las religiones moderna.
[6] Eliade, 2007: pág. 367
[7]
Racional, irascible y concupiscible. Estas tres funciones en la teoría
platónica, no dejan de resultar una reformulación filosófica, dirigida al
autogobierno del individuo, del modelo trifuncional de los pueblos indoeuropeos.
[8] El “Árbol
de las Almas”, el centro del mundo que conecta y permite la comunicación con el
más allá y los planos invisibles.