Aprovechando mi reciente visita a la Ciudad Rosa de Petra, los próximos posts os hablaré sobre alguna de las incógnitas que rodean a la antigua civilización de los Nabateos.
Pese a su gran legado, toda una ciudad esculpida a cincel en la roca, es poco lo que se conoce sobre este pueblo, el nabateo, debido a la escasez de fuentes escritas conservadas. No se conoce con seguridad su origen, su evolución, su organización social ni su religión y algunos datos nos han llegado, no sin contradicciones, gracias a las obras de historiadores clásicos como Diodoro Sículo y Estrabón, que vivieron entre el s. I a.C. y el I d.C., en el momento de mayor esplendor de la cultura nabatea.
La teoría más comúnmente aceptada sitúa su origen en las migraciones de un pueblo nómada procedente de Arabia, aunque otros historiadores prefieran hacerlo en la evolución del pueblo semítico de los Edomitas, establecidos en la región desde 1200 a.C. aproximadamente. Sea como fuere, se tiene constancia de la presencia nabatea en la región de Petra desde, al menos, finales del s. IV a.C. Y esto representa uno de los más grandes misterios de esta civilización, porque en escasos 300 años un pueblo nómada con una organización tribal y dedicada fundamentalmente al pastoreo, se transformó en una civilización asentada con unos conocimientos de arquitectura e ingeniería asombrosos, con una organización política y social muy compleja, similar a la de los vecinos reinos helenísticos y con una dinastía real hereditaria que fue establecida sin aparentemente mayores problemas.
Los nabateos escogieron este lugar principalmente por su situación geográfica, en el interior de un valle rodeado por escarpadas montañas cuyo acceso principal, el estrecho desfiladero conocido como el “Siq”, constituía una magnífica defensa natural contra posibles ataques de pueblos enemigos. También los recursos hídricos de la zona, con algunas fuentes de agua potable que supieron aprovechar mediante la construcción de complejas canalizaciones y cisternas para almacenar el agua, y su situación como lugar de paso de las caravanas que desde el sur de Arabia y hasta el Mediterráneo portaban especias, metales nobles y otros diversos productos, contribuyeron a su asentamiento en el lugar.
Su momento de mayor esplendor, cuando se erigieron los más fabulosos y conocidos de sus monumentos, se produjo entre los siglos I a.C. y I d.C., gracias al comercio y a una revolución cultural fruto, en parte, del contacto con pueblos vecinos, como los reinos helenísticos de Egipto y Siria. La Nabatea mantuvo su independencia, pese a numerosos conflictos con seléucidas (reino helenístico que comprendía gran parte de oriente Medio y otros extensos territorios hasta La India en su momento de mayor esplendor), romanos y otros pueblos, hasta el año 106 d.C., cuando las legiones romanas del emperador Trajano conquistaron la ciudad, anexionando la Nabatea a la provincia romana de Arabia y romanizándola progresivamente. A partir de este momento comienza su decadencia, acentuada por la modificación de las rutas caravaneras que, desde el s. II, relegaron Petra a un papel secundario como enclave comercial. No obstante, la ciudad continuó existiendo en época bizantina hasta que, un terremoto en el año 551, la conquista árabe-musulmana de la región, en 663 y un nuevo y devastador terremoto, en 747, provocaron su práctica destrucción y completo abandono.
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