
Pese a su gran legado, toda una ciudad esculpida a cincel en la roca, es poco lo que se conoce sobre este pueblo, el nabateo, debido a la escasez de fuentes escritas conservadas. No se conoce con seguridad su origen, su evolución, su organización social ni su religión y algunos datos nos han llegado, no sin contradicciones, gracias a las obras de historiadores clásicos como Diodoro Sículo y Estrabón, que vivieron entre el s. I a.C. y el I d.C., en el momento de mayor esplendor de la cultura nabatea.


Su momento de mayor esplendor, cuando se erigieron los más fabulosos y conocidos de sus monumentos, se produjo entre los siglos I a.C. y I d.C., gracias al comercio y a una revolución cultural fruto, en parte, del contacto con pueblos vecinos, como los reinos helenísticos de Egipto y Siria. La Nabatea mantuvo su independencia, pese a numerosos conflictos con seléucidas (reino helenístico que comprendía gran parte de oriente Medio y otros extensos territorios hasta La India en su momento de mayor esplendor), romanos y otros pueblos, hasta el año 106 d.C., cuando las legiones romanas del emperador Trajano conquistaron la ciudad, anexionando la Nabatea a la provincia romana de Arabia y romanizándola progresivamente. A partir de este momento comienza su decadencia, acentuada por la modificación de las rutas caravaneras que, desde el s. II, relegaron Petra a un papel secundario como enclave comercial. No obstante, la ciudad continuó existiendo en época bizantina hasta que, un terremoto en el año 551, la conquista árabe-musulmana de la región, en 663 y un nuevo y devastador terremoto, en 747, provocaron su práctica destrucción y completo abandono.
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